jueves, 16 de mayo de 2019

CANTAR PARA SANAR

Algunas claves para saber por qué y para qué cantamos


El canto humano es único. Nuestros sonidos sirven para comunicarnos, pero también para sanarnos. 
El canto no parece obedecer a ninguna determinación biológica. El canto parece el dibujo de la voz, el uso libre de las cámaras respiratorias y los resonadores del aparato fonador, en oposición al uso “interesado” de nuestra fisiología para funciones básicas de respiración y comunicación. Cantar trasciende la inmediatez de la comunicación y agrega un excedente expresivo, capaz de articularse musicalmente.
Probablemente la primera canción articulada por el ser humano fue el canto materno: no existe dios más irascible ni difícil de aplacar que un bebé humano con sueño o con algún tipo de incomodidad. El canto aplaca a la pequeña bestia antes de que ésta irrumpa en el lenguaje: no son las palabras lo que lo reconforta sino el sonido libre, la melodía, las pausas y los silencios entremezclados que le sirven de andamiaje.
Pero la música también fue capaz de incitar a la guerra y a la crueldad: los tambores y las cornetas acompañaron a los batallones para marcar la regularidad del paso de la destrucción; los himnos que conmemoraban las matanzas eran entonados a coro por multitudes fervorosas.
¿Podemos decir que el canto que conmemora las guerras y el canto que tranquiliza y conforta a los niños por la noche participan de una naturaleza común? Probablemente no: hay un canto social, de la fiesta y la identidad común y hay un canto capaz de ser una voz vibrando entre diversos planos de la realidad, con la capacidad de modificar sus fronteras.
El canto de los chamanes y médicos de numerosas tribus humanas ha sido grabado y estudiado como documento antropológico o simplemente como curiosidad artística, sin que la ciencia moderna cuente con herramientas del orden de la sensibilidad para analizar por qué los cantos tradicionales consiguen efectos concretos en los creyentes. Se trata de una facultad milagrosa, como la gracia que recibe cualquier creyente de cualquier religión cuando se entrega por completo a su dios, sin importar cuál sea.
El canto, para la cosmovisión de quienes lo practican como terapia ritual, es capaz de movilizar diversos tipos de energía estancada, de revertir el curso de maldiciones, así como de cambiar el ritmo de la suerte.
Se trata probablemente de una pauta mnémica que remite al cerebro a un estadio previo al nacimiento (toda sala de conciertos tiene un aura de útero), a una calma antes de la irrupción del lenguaje y del nombre.
Un canto montado en una voz que se va apagando a medida que surge. ¿Un aria de ópera será menos curativa que un canto tradicional mixteco? ¿O la música que es capaz de sanarnos habla del lugar donde cada uno coloca lo sagrado?